Las velas son un elemento muy presente en nuestro entorno, aunque no sean imprescindibles para la vida diaria. Y es que, al igual que las joyas, podemos existir sin ellas, pero tienen para nosotros un fuerte valor simbólico. ¿Alguna vez te has preguntado por qué las usamos?
En primer lugar, forman parte de una cultura religiosa muy arraigada en nuestro país: las vemos en Adviento, en Navidad, en Pascua… También las encendemos en memoria de alguien, como materialización del recuerdo y como muestra de solidaridad y oración hacia esa persona. Conllevan solemnidad y convierten cualquier acto en algo más grande, más significativo.
Están presentes en otros momentos de nuestra cultura secular, por ejemplo, en los cumpleaños. Las velas, que son esencialmente recipientes de fuego, son una fuente de luz, vida y calor; tal vez por eso las apagamos anualmente a medida que nos hacemos mayores, como metáfora del paso del tiempo.
Por otro lado, encender velas supone casi un ritual, hasta el punto de considerarse un must en una cita romántica de cualquier tipo: con las luces apagadas proporcionan una lumbre de intensidad perfecta que crea un ambiente cálido e íntimo.
Además, son una estimulación clara de los sentidos, especialmente si son perfumadas, porque impactan directamente en el olfato, que está conectado con nuestras emociones. Por ello, encender una vela de un olor que nos guste crea un espacio de confort y nos hace sentir mejor.
Esto no es accidental y, de hecho, por este motivo, se esconden grandes perfumistas detrás de algunas marcas de velas: es el caso de Tom Ford o Aqua di Parma, entre otras. Es precisamente eso, la huella que tienen en nuestra memoria emocional, lo que hace que todos tengamos como mínimo una vela en casa. Y es que forman parte de la historia del ser humano y de un imaginario colectivo de tranquilidad de espíritu, paz y bienestar. Y tú, ¿ya eres fan de las velas?